Siempre me pregunté qué sentido tenía ir escribiendo en un cuaderno cuanta idea o pensamiento —bueno o pecaminoso— se nos cruzase de repente. Sí, me refiero a esos que se pasean a toda hora como Pedro por su casa en el laberinto de nuestra mente y que, además, son unos traidores antojadizos —no siempre es posible escapar a un sonrojo delator—. La respuesta que obtuve tras cada pregunta se resume, en una palabra: “ninguno”.
Como soy humana, no escapo a las contradicciones y, aunque en mi juventud nunca fui asidua a escribir un diario, hoy en mi adultez he decidido tener uno y, como si fuera poco, al alcance de quien lo quiera leer.
Lo primero que voy a confesar es que, eso de llevar un diario me resultaba a todas luces ridículo; sí, ridículo.
Parece mentira que, a mi edad, termine vaciando mis pensamientos en un diario. Y, que lo que menos me importe es si otros creen que es ridículo. La verdad es que en este momento de mi existencia la intensidad que predomina en mí puede más que el miedo al rechazo, a fin de cuentas, siempre le vamos a caer mal a alguien. Así pues, decidí crear este espacio para soltar mis devaneos
Pasada mi crisis —esa que le da a toda mujer adulta que lo menos que quiere es hacer el ridículo—, debería confesar que por mi mente pasó la idea de dejarme arrastrar por la tradicional frase de inauguración de toda bitácora que no se respete y que se ciñe a dos palabrejas: “Querido diario”.
No habían transcurrido 5 segundos cuando mi mente reaccionó y dijo: “¡Ni de vaina se te ocurra empezar así!”.
Sí, tengo diálogos internos bastante frecuentes —por si estabais con el pendiente—. Puesto que llevarle la contraria a mi mente puede llegar a ser el detonante de una guerra interna de proporciones estratosféricas, decidí ser obediente y heme aquí, escribiendo para daros la bienvenida.
¿qué os vais a encontrar en esta bitácora?
A mí y al caleidoscopio de pensamientos que revolotean dentro de mi cabeza. No os prometo diversión (o quizá sí) ni una mente ilustrada. Lo más probable es que lo que leáis —si decidís quedaros por aquí— no siempre os guste.
Es el riesgo que corro como escritora y persona; como mujer intensa, dispuesta a desnudarse a calzón quitao —No esperéis nudes que a mis años no estoy para eso—; y es el riesgo que corréis si decidís leerme ¡Que no se diga que no estáis advertidos!
Para no daros más por donde nuestro espíritu contribuye con la agricultura —sí, con el calentamiento global también—, una confesión: soy bruja.
¿De qué tipo? Os tocará descubrirlo.